Los Monstruos que Habitamos: Una Alegoría de Nuestros Demonios Políticos
Sobre cómo las bestias del poder se alimentan de nuestros miedos más profundos
La gran mayoría coleccionamos ahora los monstruos que nos aterrorizaban de niños. El Drácula de Bela Lugosi, el Frankenstein de Boris Karloff, el Hombre Lobo de Lon Chaney Jr. Los tenemos en figuritas, poleras, tazas de café. Nos parecen casi tiernos, estos monstruos de Universal Studios con sus cicatrices de maquillaje y sus colmillos de utilería. ¿Cómo algo que una vez nos hizo escondernos detrás del sillón ahora nos provoca nostalgia?



Mariana Enriquez tenía razón cuando escribió sobre el miedo real en Nuestra parte de noche: los verdaderos monstruos no rugían en pantallas de cine, sino que susurraban en salas de tortura. No tenían garras postizas, sino uniformes oficiales. No necesitaban maquillaje porque ya habían perdido su humanidad de maneras mucho más profundas y aterradoras.
¿Qué es el miedo, entonces? No es la adrenalina controlada del cine de terror, sino esa sensación visceral de que el mundo que conocías puede desmaterializarse en una noche. Que los vecinos que saludabas cada mañana pueden convertirse en delatores. Que la puerta de tu casa puede ser derribada a las tres de la madrugada por criaturas que alguna vez fueron humanos.
El Despertar de la Bestia
Todo comienza con una promesa. El monstruo nunca llega rugiendo; llega susurrando. Se presenta como salvador, como el guardián que necesitábamos contra las amenazas que acechan en la oscuridad. “Yo los protegeré”, dice con voz melosa, “de los otros monstruos que quieren devorarlos”.
Y nosotros, exhaustos por el miedo, extendemos nuestras manos hacia esta criatura que promete seguridad. No vemos las garras que crecen lentamente en sus dedos, ni los colmillos que se afilan detrás de su sonrisa tranquilizadora. Solo vemos la promesa de dormir sin pesadillas.



El monstruo político se alimenta de nuestras ansiedades como el vampiro se alimenta de sangre. Cada vez que decimos “sí, haz lo que sea necesario para mantenernos a salvo”, la bestia crece un poco más. Sus músculos se fortalecen, su piel se endurece, sus sentidos se agudizan para detectar cualquier signo de resistencia.
La Metamorfosis Gradual
Lo insidioso de estos monstruos es su capacidad de transformación. No despiertan un día decidiendo ser tiranos; se van convirtiendo en ellos, célula por célula, decisión por decisión. Como el Dr. Jekyll que se transforma en Mr. Hyde, pero de manera tan gradual que nadie nota el momento exacto en que la criatura toma control total.
Pinochet era un general más entre tantos cuando Allende lo nombró comandante en jefe del Ejército. Un burócrata militar que parecía leal, incluso aburrido. Nadie imaginó que esas manos que firmaban informes rutinarios terminarían firmando órdenes de desaparición. Videla sonreía en las fotos familiares como cualquier padre de clase media argentina. Franco comenzó como un joven oficial que simplemente “cumplía órdenes” en Marruecos.



La metamorfosis nunca es súbita. Es un proceso de pequeñas concesiones: primero, la suspensión “temporal” de garantías constitucionales. Después, la necesidad “urgente” de silenciar a la prensa “irresponsable”. Luego, la depuración de universidades llenas de “elementos subversivos”. Cada paso justificado por el anterior, cada crimen legitimado por la “amenaza” que acecha en cada esquina.
La fórmula es siempre la misma: se presenta como el guardián del orden contra el caos marxista, como el protector de la familia cristiana contra la disolución moral, como el defensor de la patria contra la infiltración extranjera. Y nosotros, exhaustos por la crisis económica, aterrorizados por la violencia urbana, desesperados por la estabilidad, les extendemos el poder como quien alimenta a un animal herido.
Primero, el monstruo necesita eliminar a sus competidores. “Son una amenaza para nuestra seguridad”, explica con paciencia paternal mientras sus garras se extienden hacia los otros habitantes del bosque político. Los periodistas que hacían demasiadas preguntas empiezan a desaparecer en la bruma. Los jueces que no entienden “la urgencia del momento” son reemplazados por criaturas más dóciles.
Cada desaparición se justifica como una medida temporal, una excepción necesaria. “Cuando las cosas se calmen”, promete el monstruo, “todo volverá a la normalidad”. Pero sus ojos, que alguna vez fueron humanos, ahora brillan con un hambre insaciable.
El Ecosistema del Miedo
Los monstruos no pueden existir solos; necesitan un ecosistema completo que los sustente. Por cada gran bestia que ocupa el trono, hay decenas de criaturas menores que se alimentan de las migajas de poder que caen de su mesa.
Están los escribas del monstruo, que reescriben la historia cada noche para que coincida con los caprichos de su amo. Sus plumas gotean tinta venenosa mientras transforman las derrotas en victorias, los crímenes en actos heroicos, las mentiras en verdades sagradas.
Están los guardianes del monstruo, que alguna vez fueron protectores del pueblo pero que ahora han olvidado a quién servían originalmente. Sus uniformes, antes símbolos de honor, ahora son las pieles que usan para ocultar su propia transformación en bestias menores.
Y están los sussurradores, quizás las criaturas más peligrosas de todas. Se deslizan entre la población como serpientes, plantando semillas de desconfianza, alimentando paranoia, convirtiendo a vecinos en espías y a familias en campos de batalla. Su veneno es la sospecha, y su objetivo es asegurar que nadie pueda organizarse lo suficiente como para amenazar al monstruo principal.
La Hipnosis Colectiva
Lo más aterrador de estos monstruos políticos es su capacidad de hipnotizar a poblaciones enteras. Como las sirenas de la mitología griega, cantan melodías que adormecen el juicio crítico y despiertan los instintos más primitivos.
Su canción habla de pureza perdida, de épocas doradas que deben ser restauradas, de enemigos que acechan tanto dentro como fuera de las fronteras. La melodía es hipnótica porque toca cuerdas reales: el miedo al cambio, la nostalgia por certezas perdidas, el deseo de pertenencia a algo más grande que uno mismo.
Bajo esta hipnosis, las multitudes se convierten en extensiones del monstruo. Sus voces se unen al coro, sus manos se alzan en saludo, sus ojos se llenan con el mismo brillo feroz de la bestia que adoran. Ya no son individuos; son células en el cuerpo de un organismo más grande y más terrible.
Los Resistentes
Pero en toda historia de monstruos, siempre hay quienes resisten el encanto. Son los que tapan sus oídos ante el canto de sirena, los que se aferran a su humanidad mientras otros se transforman.
Estos resistentes a menudo pagan un precio terrible. El monstruo los marca como amenazas, los señala como traidores o como portadores de una enfermedad que debe ser erradicada. Algunos huyen al exilio, otros desaparecen en las mazmorras del monstruo, y unos pocos logran mantener pequeñas llamas de resistencia encendidas en la oscuridad.




Lo que mantiene vivos a estos resistentes no es la esperanza de una victoria rápida, sino la comprensión de que los monstruos, por poderosos que sean, no son inmortales. Todas las bestias políticas eventualmente se devoran a sí mismas. Su hambre insaciable las lleva a consumir no solo a sus enemigos, sino también a sus aliados, hasta que se quedan solas, rugiendo en un páramo de su propia creación.
El Exorcismo
La única manera de derrotar a un monstruo político es reconocerlo por lo que realmente es. Mientras sigamos viendo al tirano como un salvador malentendido, mientras sigamos creyendo que sus excesos son temporales o justificados, la bestia seguirá creciendo.
El exorcismo comienza con la verdad: nombrar al monstruo, describir sus garras, documentar sus crímenes, recordar a sus víctimas. Es un proceso doloroso porque requiere que admitamos nuestra propia complicidad en la alimentación de la bestia.
También requiere que reconstruyamos las instituciones que el monstruo destruyó. Como jardineros que replantamos un bosque después de un incendio, debemos cultivar pacientemente nuevas formas de convivencia, nuevos mecanismos de control del poder, nuevas tradiciones de vigilancia ciudadana.
El Ciclo Eterno
Pero quizás la lección más difícil de estas alegorías es que los monstruos nunca desaparecen para siempre. Están siempre ahí, durmiendo en las profundidades de nuestras sociedades, esperando el momento adecuado para despertar.
Cada generación debe aprender de nuevo a reconocer las señales: las promesas demasiado fáciles, los chivos expiatorios demasiado convenientes, los poderes de emergencia que nunca terminan. Cada generación debe decidir si alimentará a la bestia o si mantendrá las llamas que la mantienen a raya.
Los monstruos que habitamos no son fuerzas externas que invaden nuestras sociedades; son criaturas que nacen de nuestros propios miedos, ambiciones y resentimientos. Y mientras sigamos siendo humanos, con todas nuestras fragilidades y contradicciones, seguiremos siendo vulnerables a su seducción.
La pregunta no es si aparecerán nuevos monstruos, sino si estaremos preparados para reconocerlos antes de que sea demasiado tarde.
Porque al final, los cuentos de terror que más nos aterran son aquellos en los que nosotros mismos podríamos convertirnos en los monstruos.
Dios… no tienes idea la sincronía! Justo estuve pensando en escribir un ensayo sobre este mismo tema. Después de leer esto me di cuenta de que no necesito agregar nada más. Está perfecto. Completo. Implacable. Me emociona ver este tipo de material, que piensa hondo, que arriesga forma y fondo. Has escrito un espejo roto donde nos vemos todos un poco.Nani, gracias por escribir como si algo verdaderamente importante dependiera de ello. Porque depende. Un abrazo enorme
El leer y ver paso por paso como mi país ha caído de nuevo a los pies del monstruo sólo confirma que el pueblo que no sabe y respeta su historia está condenado a repetirla.